12 de febrero de 2012

Intro


Corte de mica
Terracota
7,5 x 23 x 9,5 cm
Colección privada


Mata, que Dios perdona

Cuando Olga R. perdió su trabajo hace dos años, decidió montar su propia empresa: El camino de Dios - Servicios funerarios a domicilio. Y le va muy bien. Ha sabido detectar una demanda específica en un mercado saturado: las funerarias, en Caracas, rechazan a los muertos a balazos. Porque muy a menudo sucede, con este tipo de "clientela", que el velatorio acaba como el rosario de la aurora. Por ejemplo, es costumbre que los asesinos se personen para, a su manera, despedir al difunto: abren el féretro y vuelven a balear al muerto. De paso, si tienen cuentas pendientes con los familiares, ahí mismo las ajustan. En una ciudad tan congestionada como Caracas, no es cuestión de perder el viaje.

Los ricos, en Caracas, son enterrados en el Cementerio del Este, o La Guairita. En el Cementerio General del Sur -el viejo cementerio de Caracas, con túmulos funerarios decimonónicos, en plan Père-Lachaise- entierran a los suyos los pobres. También son enterrados aquí los muertos que nadie ha reclamado: ancianos, indigentes, asesinados. Cada vez más asesinados. En un sector con el nombre poético, por evocador, de La Peste. La periodista Liza López cuenta: "El sector cinco de La Peste fue por años el lugar donde se sepultaban estos cadáveres. Pero colapsó. La terraza seis cumple ahora esa función (caben cerca de 60 ataúdes) y cuando llega otro cuerpo no identificado, se supone que se debe enterrar en las bóvedas de cemento (antes de 2004 eran fosas de tierra). Ya no es así". Ahora se dejan abiertos los ataúdes, oficialmente hasta que un hipotético familiar haya reconocido el cadáver. En realidad, mientras se descompone a la intemperie, para despojarlo de sus últimas pertenencias. Eso sí, los sepultureros de La Peste han depositado antes en el pecho una piadosa estampa de la Virgen de Coromoto, la patrona de Venezuela.

Lejos de Caracas, en los estados limítrofes con Colombia, tampoco se muere no más. Guerrilleros de las FARC y el ELN o la neoguerrilla bolivariana, y algún que otro Guardia Nacional, hacen pequeñas fortunas con el contrabando de gasolina. Un litro de gasolina en Venezuela es 60 veces más barato que un litro de agua: cuesta 0,07 centavos de bolívar, unos dos céntimos de euro. En Colombia, el precio promedio de la gasolina es de 5.200 pesos por galón, es decir, aproximadamente 0,50 euros por litro. Y ay del que quiera pasarse de listo y estafe (o delate) a alguna de estas bandas. El precio, claro, es la muerte, pero una muerte, digamos, rentable. ¿Por qué matar sólo, si sólo va a enterarse el inútil cadáver? La muerte tiene que servir, al menos, para que los vivos se enteren. Por ejemplo, no basta con decapitar: con la cabeza se pueden hacer muchas cosas. Cosas que también reciben nombres poéticos: "corte de mica", "corte de corbata", "florero". Cosas como ponerle la cabeza al difunto en el regazo e introducir su pene por el cuello para que salga por la boca. Una interpretación bárbaramente poética de las consecuencias de andar buscándole la lengua a tu enemigo.

Me vinieron a la mente estos -¿qué? ¿Hechos? ¿"Facts"?- viendo el más reciente trabajo del artista venezolano Juan José Olavarría: Mata que Dios perdona. ¡Con ambientación musical a cargo, cómo no, del cubanísimo Trío Matamoros!

Reciban un saludo muy cordial, desde esta tierra poética y devota.

Ana Nuño
escritora.









Bozal de arepa
fotografía a color
2001 - 2010






EL TRAGO AMARGO

Las propuestas de creación del artista Juan José Olavarría pueden definirse como ejercicios visuales de antropología política. No son piezas edulcoradas, ni complacientes. No guardan relación con la tendencia del mercado de revisitar desde una perspectiva light y melancólica una modernidad (abstracto geométrica) incumplida, inalcanzada e inalcanzable.
Hoy en día este lamento, inspirado en la melancolía cabal de nuestros sueños de modernidad en el arte, suena como una estrategia destinada a colocar exitosamente en el campo de las transacciones comerciales obras de arte poco orientadas al riesgo crítico. Por el contrario, los trabajos de Juan José Olavarría apuntan en otra dirección. 
Nada tienen que ver y nada buscan en el marco de la tradición de las formas geométricas, de los puntos y de las rayas, tan fuerte y hegemónica en nuestros contextos visuales. Tampoco se trata de paisajes que nunca cambian. 
La obra de Juan José Olavarría se sumerge en nuestras historias pasadas y recientes y, a través de las formas y las experiencias que su construcción implica, las resemantiza y las reintegra a los campos de batalla de las significaciones. De esta manera Olavarría cruza los territorios de lo contingente y desde sus fricciones detona y desentraña aquello que como sociedad olvidamos y que, paradójicamente, nos devela y caracteriza como socios. 

Solemos ser todo aquello que queremos que permanezca en la amnesia colectiva. Solemos ser todo lo contrario a aquello que decimos y creemos que nos identifica. Entonces, el trabajo creador de Olavarría se sitúa en lo que regularmente permanece oculto, precisamente para su develamiento mediante formas visuales cuestionadoras, esclarecedoras, críticas, vigilantes y portadoras de una ironía que constantemente interroga e interpela al espectador. Ahora bien, esta operación sólo se logra transitando el justo sentido del quehacer creativo. Es decir, sin apelar a metalenguajes ubicados más allá del contenido narrativo de la obra y sin sucumbir a los requerimientos de un arte acotado por las exigencias del banal y anecdótico cliché político, el que sólo repite consignas y lugares comunes. 
Las experiencias creadoras de Juan José Olavarría transitan por diversas estrategias de creación, ellas van desde los movimientos sociales asociados al tema de la discapacidad (Proyecto Fuerza, Voluntad y Esperanza, 2004) hasta la restitución simbólica del Centro Documental de la Sala Mendoza (2008); pasando por la edición de un libro testimonial que registra las experiencias de la líder social Lina Ron (2003). 
Los caminos seleccionados por Olavarría resultan senderos fecundos y al mismo tiempo escarpados. Su trabajo visual logra, mediante un preciso y paciente trabajo de investigación, mostrar de manera certera aquello que regularmente no queremos ver por temor a mirarnos a nosotros mismos. Uno de sus trabajos que más impacta es: El trago amargo (1999), representación descarnada de la silueta del cuerpo sin vida del dirigente político Alberto Lovera (secuestrado y asesinado en el año 1965 por la policía política DIGEPOL), imagen dibujada mediante los hilos desgarrados de la tela que a manera de bandera queda colgada en las paredes de la sala que la alberga, narrando de forma elocuente un episodio "amargo" de nuestro devenir histórico como nación.

Gerardo Zavarce

EL NACIONAL - Martes 27 de Enero de 2009
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